domingo, 19 de agosto de 2018

No entiendo los porqués. No entiendo los para qués. Me cansa la mandíbula, la coronilla, los hombros, las vértebras. Cada una de las vértebras. Me entume los tobillos y me hormiguea los dedos. Cada uno de los dedos. Me arranca los cueros de alrededor de las uñas. Me muerde las uñas. No entiendo y me cansa no entender. Me agota, me agobia, me atonta. No entiendo los No y tampoco los Sí. ¿Qué me lo impide? ¿Prejuicios? ¿Miedo? ¿Inestabilidad? ¿Cuántos tipos de inestabilidad? Hay mucha energía en desgaste basada en actos totalmente innecesarios. Me sorprende lo inmenso de la innecesidad de tales hechos. ¿Me estoy quejando? ¿o me estoy justificando? Estoy agradecida por lo que soy, por lo que doy. Pero no entiendo tanta falta de empatía. Tanto ego. Tanto yo, yo, yo. No entiendo las injusticias. No entiendo la indeferencia. No entiendo las no sonrisas. No entiendo los celos irracionales. No entiendo los problemas de pareja. Si ya estamos juntos y nos queremos ¿por qué peleamos? No entiendo las mentiras. No entiendo el menorizar ni el subestimar. No entiendo tantas actitudes inncesarias del ser humano, no entiendo por qué son normales, no entiendo por qué todos hemos sido unos pendejos alguna vez. Unos ignorantes, unos malagradecidos, unos groseros, unos que solo piensan en sí mismos, unos que rompen corazones, que mienten, que hacen a un lado. No entiendo los vicios, las recaídas, las terapias psicológicas. No entiendo el arte, no entiendo la ciencia, no entiendo la física y menos las matemáticas. A veces no entiendo ni las propias palabras del que se supone es mi idioma nativo. Pero lo que más disfruto no entender son los escalofríos, los orgasmos, la piel de gallina, inflarme por dentro, sentir un algodón de azúcar en el pecho y que me jalan los cabellos de la cabeza hacia atrás. Todo lo que me provoca la pasión. Lo que más disfruto no entender es la pasión y el amor. El amor.